✍️ Por Luciano Barroso 📰
En los últimos años, hemos sido testigos de un fenómeno político global que ha sacudido las estructuras de un poder tradicional: el ascenso de movimientos y candidatos de derecha, algunos incluso de extrema derecha, que han ganado popularidad en diversas naciones.
Este fenómeno no se limita a un solo contexto geográfico ni cultural, sino que tiene una proyección global que refleja un profundo cambio en la postura de la sociedad frente a la política. Pero, ¿qué está detrás de este giro? ¿Cómo se ha dado este cambio de paradigma?
Tradicionalmente, los votantes de derecha han sido percibidos como aquellos más conservadores, defensores del statu quo, con una visión de la sociedad que enfatiza el individualismo, el libre mercado y una menor intervención del Estado. Sin embargo, en los últimos años, esta visión ha experimentado transformaciones significativas. La polarización social, el miedo al cambio y una sensación generalizada de que las élites políticas y económicas han perdido el contacto con las bases han sido algunos de los motores de este cambio.
La crisis económica de 2008, las tensiones sociales y el descontento con la globalización han alimentado un sentimiento de inseguridad que ha favorecido a aquellos discursos que prometen “recuperar el control”. En este contexto, muchos votantes se han alejado de la izquierda o de las opciones centristas, buscando respuestas dentro de conformaciones políticas de derecha. Sin embargo, este cambio no es sólo una cuestión de preferencias políticas, sino un fenómeno mucho más profundo: un cambio cultural y psicológico.
El auge de un «nuevo conservadurismo anarquista»
Lo que antes se consideraba el «conservadurismo clásico» se ha transformado en una forma de derecha populista con mezcla de anarquía que ofrece respuestas directas, aunque a menudo simplistas, a problemas complejos y dejar de lado que todo lo estatal es vetusto, gris, aburrido y que no sirve para nada. Los líderes políticos de esta corriente se presentan como figuras fuera del sistema tradicional, como «salvadores» que hablan el lenguaje de la gente común, en un intento por desmantelar las instituciones y estructuras que consideran responsables de los problemas sociales. Esto incluye desde la crítica a la globalización y la inmigración, hasta la desconfianza en las instituciones internacionales y en el mismo proceso democrático.
Este «nuevo conservadurismo» ha sabido adaptarse a las nuevas formas de comunicación, especialmente a través de las redes sociales, que permiten a los candidatos de derecha conectar directamente con sus bases, sin la mediación de los medios tradicionales. Así, los discursos de odio y la retórica divisiva, que antes se encontraban marginalizados, ahora encuentran un terreno fértil en los debates públicos.
De esta manera, la promesa de restaurar un «orden perdido» resuena con aquellos que sienten que la modernidad, con su énfasis en los derechos humanos, la diversidad y la equidad, ha dejado de ser una fuerza de inclusión para convertirse en una amenaza a su identidad y estabilidad. En este sentido, votar por la derecha se ha convertido en una forma de resistir a los cambios que algunos consideran desbordantes y disruptivos.
¿Es un cambio hacia el autoritarismo?
Es cierto que el ascenso de la derecha en muchos casos ha coincidido con tendencias autoritarias, pero no todos los votantes que se inclinan por estos candidatos comparten un perfil ideológico radical. En muchos casos, se trata de una respuesta pragmática ante las deficiencias de los sistemas políticos tradicionales, ante promesas incumplidas y ante la sensación de ser ignorados por los actores políticos históricos.
El fenómeno, entonces, no es estrictamente una transformación ideológica de la sociedad hacia el autoritarismo, sino más bien una reacción contra la percepción de que las alternativas progresistas o de centro han fallado en ofrecer soluciones eficaces frente a los problemas más urgentes. Sin embargo, la concentración del poder, la erosión de las libertades civiles y la manipulación de las instituciones por parte de líderes populistas nos invita a reflexionar sobre los límites de este tipo de cambio.
¿Un giro irreversible?
El cambio de paradigma que hemos vivido en la última década es complejo y no necesariamente irreversible. Aunque la derecha ha ganado terreno en muchos países, no hay consenso absoluto sobre el futuro. Existen señales de fatiga en algunos de los líderes más autoritarios, y el creciente desencanto de ciertos votantes con las promesas incumplidas podría abrir espacio para alternativas progresistas en el futuro.
El giro hacia la derecha refleja un cambio profundo en las prioridades y preocupaciones de la sociedad contemporánea. Es un cambio que no debe ser subestimado, pero tampoco necesariamente considerado como irreversible. La política es dinámica, y la historia nos enseña que los paradigmas cambian, a menudo de formas impredecibles. Lo importante es que, como sociedad, mantengamos la capacidad de reflexionar críticamente sobre el rumbo que estamos tomando y sus implicaciones para la libertad, la justicia y la democracia.
✍️ Luciano Barroso, licenciado en Comunicación Social de la UNLP.