La agenda pandémica del encierro

Por Carlos A. Sortino (*)

La pandemia que nos encierra a casi todas y a casi todos no encierra a la política ni a lo político, pero los encubre convenientemente.

Los medios más influyentes, que no son otra cosa que los brazos ejecutores del poder económico del que forman parte, se montan sobre aquel encierro y nos contaminan con su propia agenda, que sigue siendo la misma de siempre: encerrar al poder político en su propia lógica, para debilitarlo, para estigmatizarlo, para impedir cualquier excepción posible a sus privilegios de clase. Y el poder político lo atiende, le responde, trata de contenerlo. La correlación de fuerzas le sigue siendo desfavorable.

Quizás se pueda comprender el “núcleo vivo” de esta historia, viajando a su interior, saliendo del encierro político-ideológico en el que estamos desde hace 200 años.

Naturalezas

En todas las organizaciones políticas -en todas- siempre existe un campo de relaciones en juego que llamo el par dispar de pares dispares. Sea cual fuere el dispar dominante o exclusivo de este campo, su sentido práctico es instituir la naturaleza del poder: cómo decidir el régimen de selección y circulación de las élites o cómo eliminarlas; cómo establecer las relaciones entre gobernantes y gobernados; quienes deben hacer la ley y quienes deben obedecerla; qué perfil productivo se pretende y cuáles son los criterios básicos para la producción y distribución de la riqueza.

Me explico:

Quienes nos sumergimos en el mar de la política, lo hacemos por convicción o por conveniencia. La convicción está ligada a razones político-ideológicas y la conveniencia está ligada a razones económicas.

A veces, van de la mano. A veces, no. Un par dispar.

En cualquier caso resulta necesario comprender y abordar la política y lo político, o la política agonal y la política arquitectónica, que vendría a ser lo mismo.

La política -o la política agonal, como prefieran-, significa competencia por el poder político, lucha por la supremacía en la representación -del pueblo, de un sector social, de una organización-, ganar o perder. La política es pragmática, independientemente del qué.

Lo político -o la política arquitectónica, como prefieran-, significa proyección y diseño, elaboración de estrategias estructurales, estructurantes, de un determinado tipo de Estado para un determinado tipo de pueblo o viceversa. Lo político es ideológico, independientemente del cómo.

A veces, también van de la mano. A veces, no. Otro par dispar.

Pragmatismos

Los dispares enraizados en la conveniencia económica y/o en la política agonal suelen identificarse con lo pragmático y sus cultores niegan que haya que explicitar el campo ideológico desde el cual proponen sus políticas, porque, según dicen, sólo importan las medidas prácticas: lo coyuntural es cruel y debe mandar.

Ocurre que este pragmatismo concibe despolitizada a la mayoría del pueblo, es decir, desafectada de la “cosa pública”. Y explica que esta amplia porción del pueblo se manifiesta de dos modos: replegándose en su círculo íntimo y despreocupándose de lo político, hasta en su expresión más básica, que es el sufragio, o concibiendo la representación política como una simple delegación de su poder y de su responsabilidad en un pequeño grupo de dirigentes, de los que el pragmático forma parte o pretende hacerlo.

Aun si esto fuera una verdad absoluta, desde este pragmatismo no se concibe ninguna acción superadora de esta frontera, sino, lisa y llanamente, la reproducción del sentido común que la construye. Porque trascender esta frontera no es pragmático, es ideológico.

El pragmático sabe que también hay que ocuparse de lo estructural, porque lo coyuntural es su consecuencia. El pragmático no es estúpido. Sabe que nada de lo que haga o diga es puramente pragmático, sabe que su campo ideológico se lo dicta. Pero considera que “la ideología es pianta votos” si se la expone abiertamente.

Y esto podría ser comprensible en una acción o discurso públicos, pero cuando se manifiesta hacia el interior de su organización política de pertenencia, entonces ha capitulado: reproduce con su palabra y con su acción el sentido común dominante, es decir, la ideología dominante.

Creencias

Porque estos dirigentes o potenciales dirigentes quieren creer que las personas que votan son seres meramente instintivos, con su propia sobrevivencia como único objetivo. Pero no: el ser humano que vota es un ser fundamentalmente ideológico. Y la ideología no es otra cosa que una manera de concebir la realidad y actuar en ella, así, lisa y llanamente, sin contorsiones literarias. Tal vez sin conciencia plena de ello

Porque nuestra concepción de la realidad es estructurada por los otros que fueron y también es estructurante de los otros que vienen. Pero no pensemos en una estructuración cerrada, en un mandato a cumplir obedientemente. Pensemos, más bien, en un sentido común que se proyecta desde los centros de poder y contamina a toda la población, pero sólo surte efecto en una gran parte de ella, la suficiente para establecer una cultura dominante y sostenible en el tiempo.

El sentido común dominante (es decir, la ideología dominante), ni siquiera concibe la ruptura que significaría pensar que sólo hay democracia en tanto y en cuanto haya desmonopolización del poder político, en tanto y en cuanto haya una distribución igualitaria del acceso a los medios de participación política.

Y esto ocurre porque este sentido común evita que se sienta y que se piense que uno pertenece a un campo ideológico conservador y retrógrado, para que nadie piense ni sienta que puede pertenecer a un campo ideológico transformador y actuar en consecuencia.

El pragmático desprecia todas estas consideraciones. Se queda a resguardo de su fortaleza ideológica: el sentido común dominante. Para él, no hay que romper este sentido común, hay que acompañarlo. Por eso es que puede formar parte de cualquier armado electoral.

Convicciones

Los dispares enraizados en la convicción político-ideológica y/o en la política arquitectónica suelen identificarse con lo ideológico y saben que sólo se ejerce el poder cuando se administran los propios intereses económicos y hay conciencia de clase, como lo ha demostrado el gobierno del extinto Cambiemos, pero también, aunque en menor medida, por su composición policlasista (o “transideológica”, como dirían algunos), el gobierno del también extinto Frente para la Victoria.

Saben también que conciencia de clase no es sinónimo de ideología, pero que su articulación es directa. Son inescindibles. Porque la conciencia de clase es práctica: es el enlace de un grupo social con necesidades y expectativas comunes, para cuya satisfacción es preciso que otros grupos sociales queden al margen. Pero para ello es ineludible arroparse ideológicamente: creer y hacer creer que quienes no comparten estos intereses y valores son enemigos de la sociedad en su conjunto o simples inadaptados.

Fraguas

El denominado “proyecto neoliberal” no es otra cosa que el resultado práctico de nuestra fragua cultural milenaria. Con esa denominación, esta fragua impide que se identifique la continuidad histórica de la hegemonía burguesa (1). Y no es distinto en la comuna, que en la nación o en el mundo: sus imperativos materiales e ideológicos son perfectamente adaptables a cualquier universo. Sólo se diferencia su desempeño por el alcance territorial de sus proyecciones y los grados de poder y riqueza que pueden acumular sus actores.

Aquella hegemonía burguesa nos ha inoculado (y alimenta a diario) un “sentido común” que coloca como dominante la idea de que las relaciones económicas son privadas; que no están modeladas por el Estado; que los problemas de diseño institucional pueden evitarse expulsando al Estado de la economía, porque es el “mercado” quien genera la mejor asignación de recursos; que, por ello, cualquier cosa que haga el Estado será perniciosa, pues no tiene nada en qué contribuir. Todo ello para minimizar o, directamente, evitar, las consecuencias distributivas de cualquier tipo de “intervencionismo estatal” (2).

La ideología dominante es la ideología de la clase dominante. Así funciona desde siempre la humanidad. Cambian los actores, cambian las tecnologías, cambian los modos de producción y distribución de la riqueza. Pero aquella condición humana se mantiene inalterable. Y el sentido común viene a ser su vulgata, el motor cotidiano de las conductas sociales. No hay manera de batallar contra esto sin ordenar una voluntad colectiva política e ideológicamente construida, despojada de esencialismos clasistas.

Para aventar fantasmas y contra lo que el “sentido común” esgrime sobre el marxismo, no hay una clase “dominada”, sino amplios estratos sociales subalternos, con un factor que los unifica: su posición económica. Pero sin “conciencia de clase”, factor que los diversifica. La clase dominante, en cambio, está constituida también por su posición económica, pero tiene conciencia de ello y es por eso, precisamente, que domina.

Así las cosas, la cuestión de la conciencia política es el eje de cualquier transformación social y esa conciencia, por aquel factor diversificador del que hablamos antes, no puede quedar atrapada al interior de una clase socioeconómicamente pre constituida. No iremos a ninguna parte si mantenemos ese prejuicio. El esfuerzo es construir, desde esta diversidad, una voluntad colectiva que vaya por la hegemonía, es decir, por la dirección político-ideológica del pueblo.

Conductas

Todas estas conceptualizaciones, que no son otra cosa, desde mi perspectiva ideológica, que descripciones de las conductas sociales, fluyen dentro del campo de relaciones en juego de aquel par dispar de pares dispares, cuyo sentido práctico adquiere forma y contenido cuando un dispar dominante o exclusivo capitaliza y ordena.

Porque el campo de la política, así como todos los campos en que se organizan las relaciones sociales, está subordinado a la lógica del interés. No podemos decir de tal o cual conducta que es buena o es mala. Podemos decir que persigue tales o cuales intereses, lo que implica tales o cuales beneficios probables para tales o cuales sujetos y tales o cuales perjuicios probables para tales o cuales otros sujetos.

En estos conflictos (necesarios e ineludibles) solemos tomar posición a favor de unos u otros, según nuestros propios intereses (políticos, económicos, ideológicos, etc.), aunque lo admitimos muy poco y lo enmascaramos tras la lógica de “lo bueno” y de “lo malo”. Ocurre que “lo bueno” y “lo malo” pertenecen al campo de la moral, no al campo de la política, y, en todo caso, quien quiera utilizar esa lógica podrá hacerlo una vez agotada la lógica anterior.

Todo está allí, en ese campo de relaciones en juego que llamo el par dispar de pares dispares. Y todos sus actores saben, que, sea cual fuere el par o los pares que elijan, ningún proceso político es necesario ni es inevitable, dado que todo proceso político es la expresión de relaciones de poder y no de dinámicas divinas o naturales…

(*) Referente de la Agrupación Municipal Compromiso y Participación (COMPA), integrante del Frente de Todos.

Notas:

(1) “Por burguesía se comprende a la clase de los capitalistas modernos, propietarios de los medios de producción social, que emplean el trabajo asalariado. Por proletarios se comprende a la clase de los trabajadores asalariados modernos que, privados de medios de producción propios, se ven obligados a vender su fuerza de trabajo para poder existir” (Nota de Engels en la edición del Manifiesto del Partido Comunista de 1888).

(2) La lógica de acumulación capitalista, en cualquiera de sus vertientes, no sólo consiste en la producción de mercancías (bienes y servicios) para un mercado. Esa lógica incluye las condiciones jurídico-políticas para su libre desarrollo (el campo de aquel par dispar de pares dispares) y la proyección social de la creencia según la cual estas condiciones son independientes de aquella producción (el campo del sentido común, es decir: lo cultural, lo ideológico). Es la lógica de la producción material de un orden social y político, verificable no sólo en los planos internacional y nacional, como habitualmente se hace, sino también en el pequeño universo comunal. Supongo que no hace falta decir que esta lógica implica la previsión de su disfrute para un 20% de la población, como máximo. El resto, a trabajar para ellos y a pelearse entre sí por las sobras. Comprender esta realidad no significa aceptarla como un límite, sino como un punto de partida. Para enfrentarla y transformarla, claro está.