LAS LLAVES QUE SE TOMAN O SE DEJAN


✍️ Por Carlos Sortino 💻

Nadie lo dice, pero estamos en eso: se largó la carrera electoral y las listas de candidatos ya tienen sus casilleros más importantes ocupados, aunque tal vez no aún con nombres propios, pero sí con espacios políticos, gremiales, sociales, económicos, a satisfacer.

Siempre ocurre entre el último trimestre del año par y el primer trimestre del año impar. Luego de eso, algunas listas se caen o se fusionan y otras listas se mantienen. Nada nuevo bajo el sol.

Lo que sigue no se ha escrito en clave de resignación, por lo que su lectura e interpretación deberían evitarla. Muy por el contrario, su clave de escritura y de lectura es la comprensión para la acción, porque la única verdad es la realidad que se transforma.

La llave de las candidaturas

La candidata o el candidato, cualquier candidata, cualquier candidato, no importa cuánto “mida” ni cómo lo “juzguemos”, es una producción colectiva triunfante (también hay producciones colectivas que fracasan).

Esa candidata, ese candidato, no podría existir sin los apoyos y los acuerdos de otros (muchos, pocos, “malos”, “buenos”). Si uno no forma parte del trabajo previo a su emergencia o a su mantenimiento, es porque no pudo, no supo, no quiso, intervenir en ese trabajo.

Y este “no poder”, “no saber” o “no querer” también es una producción colectiva: nuestra degradada cultura política asume a los candidatos como imposiciones individuales, porque lo colectivo (grande, mediano, pequeño) le resulta inconcebible.

De allí emerge el famoso mito del “dedo”, según el cual la candidata o el candidato es puesta o puesto por quien maneja la “lapicera”. Lo que omite el mito (los mitos siempre omiten algo) es que el “dedo” tan mentado siempre apunta a personas que tienen construcción política detrás y/o billetera y/o fama y/o prestigio. Incluyendo a quien maneja la “lapicera” y apunta con su “dedo”. Y todo ello es también una producción colectiva.

Que estas producciones colectivas sean “buenas” o “malas” constituyen conclusiones erróneas, porque el campo de lo político, así como todos los campos en que se organizan las relaciones sociales, está subordinado a la lógica del interés.

No podemos decir de tal o cual conducta que es buena o es mala. Podemos decir que persigue tales o cuales intereses, lo que implica tales o cuales beneficios probables para tales o cuales sujetos y tales o cuales perjuicios probables para tales o cuales otros sujetos.

En estos conflictos (necesarios e ineludibles) solemos tomar posición a favor de unos u otros, según nuestros propios intereses (políticos, económicos, ideológicos, etc.), aunque lo admitimos muy poco y lo enmascaramos tras la lógica de “lo bueno” y de “lo malo”. Ocurre que “lo bueno” y “lo malo” pertenecen al campo de la moral, no al campo de lo político.

Así que ya sabemos qué llave podemos tomar (o no) y lo que tenemos que hacer (o no). Y si no hacemos nada, otros lo harán por nosotros…

La llave de la insatisfacción política

Nuestra dirigencia política es la que supimos construir con nuestras acciones y omisiones. Si no nos satisface, la queja es improductiva: hay que hacer algo para reemplazarla. Pero si queremos resultados distintos, no podemos hacer lo mismo que ella ni debemos permitirnos seguir haciendo lo mismo que ya hicimos.

La alternativa es tomar la llave que abre la puerta para irse, por ejemplo, y generar una nueva construcción política.

No hay aquí ninguna pretensión de que todos los militantes se rebelen y abandonen sus organizaciones políticas de pertenencia. Muchos están conformes en ellas y hay también quienes, aún disconformes, evalúan políticamente que no es oportuno ni conveniente debilitar su espacio, por lo que avanzan en la discusión interna, no la hacen pública (o sí) y aceptan sus resultados, precisamente a instancias de aquella evaluación política. Esto es más que saludable y merece nuestro respeto.

Traslademos estas consideraciones, con las adaptaciones necesarias, a “la ciudadanía insatisfecha”, cuya esperanza está “colgada” de alguna representación política que no vislumbra o cuyo sentido común ya está ganado por el derrotismo del famoso axioma “son todos iguales”. El centro de la cuestión es el mismo. Si nuestra representación política no nos satisface, no nos quejemos: hagamos algo para reemplazarla.

La historia de la humanidad nos muestra que siempre queda por hacer aquella revolución que no sólo niegue la autoridad, que no sólo cuestione al aparato político, sino que, además, los reemplace. No hay revolución sin poder instituyente demoliendo al poder instituido, para que luego, cuando el poder instituyente ya se haya convertido en poder instituido, el proceso de reemplazo comience una vez más.

Esto vale para cualquier tipo y tamaño de organización, cuyo centro de gravedad es quién o quiénes toman las decisiones y cómo lo hacen. La conmoción de este núcleo fundamental nunca fue pacífica. Ni lo es ni lo será. Porque se trata del poder, cualquiera sea su dimensión.

La llave del infierno

No hay organización libre de contradicciones y/o conflictos internos. Desde el más pequeño centro de fomento, desde la más pequeña cooperadora escolar, hasta la organización política que gobierna el país.

La pureza ideológica, ética, moral, es inconcebible, es imposible. Formar parte de una organización o apoyarla es aceptar esta realidad. Aunque no como límite, sino como punto de partida.

Si en nuestros espacios de militancia rara vez se ponen sobre la mesa cuestiones político-ideológicas, si sólo se aplaude a quien lidera y se hace lo que esa persona dice, estamos ante una rara concepción del verticalismo, dado que el verticalismo exige del líder comunicación permanente con sus bases e intercambio de ideas, que luego se transforman en organización y acción políticas.

Porque la lealtad es un camino de ida y vuelta. Lo otro es jefatura. Supongo que no es mala fe, sino limitación ideológica. Así que alguna vez se comprenderá.

En “Las ciudades invisibles”, de Italo Calvino, podemos encontrar la llave que abre esta puerta y nos conduce a un espacio que, para algunos, es detestable, y para nosotros, ineludible:

“El infierno de los vivos no es algo que será: existe ya aquí y es el que habitamos todos los días, el que formamos estando juntos. Dos formas hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y convertirse en parte de él hasta el punto de dejar de verlo ya. La segunda es arriesgada y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar y darle espacio”.

Claro que hay otras interpretaciones posibles, también ellas respetables. Nosotros nos quedamos con esta, que esclarece nuestra conducta y no tiene pretensión de validez universal.


💻 Militante de la Agrupación Municipal Compromiso y Participación (COMPA), de La Plata, en el Frente de Todos.